GUIA DE
ANALISISI LITERARIO VIRTUAL
1.- DATOS GENERALES
1.1.- Titulo de
la obra
Zurron-currichi
1.2.- Autor
Ricardo
Palma
1.3.- Biografía
y obras del autor
Nació en Lima
el 7 de febrero de 1833 sus padres fueron Don Pedro Palma y Doña Guillermina
Soriano. Estudio leyes en la Universidad de San Marcos. En 1861 participo de un
fallido atentado contra en Presidente Ramón Castilla, por lo que fue desterrado
de Chile: El 2 de mayo de 1866 participo en el combate de 2 de mayo.
Desde muy joven empezó a escribir poemas, cuentos de
obras de teatro. También ejerció el periodismo trabajando en el diario: El
Mercurio, El Correo, La Patria y El Liberal.
En 1872 se publicó la 1ra parte de sus famosas
tradiciones peruanas una serie de sabrosos relatos con episodios, personajes y
costumbres de nuestro pasado incaico y sobre todo colonial.
Durante contra Chile fue corresponsal de varios periódicos
extranjeros: El 15 de enero de 1881 participo en le batalla de Miraflores: Al
final d la batalla los chilenos incendiaron su casa y su biblioteca personal.
En 1884 el
Presidente Miguel Iglesias lo nombro director de la biblioteca Nacional del Perú
cumpliendo una gran labor con su reconstrucción y equipamiento. De aquellos
tiempos viene su apelativo de “Bibliotecario Mendigo “. Ejerció este cargo
hasta 1912.
El ilustre tradicionista peruano Ricardo Palma falleció
el Miraflores, el 6 de octubre de 1919.
2.- ANALISIS DEL CONTENIDO
2.1.- Género
literario: Literario
2.2.- especie
literaria: Novela
2.3.- Tema:
2.4.- ¿Quiénes
son los personajes?
- Principales
* D. Nuño Gomez de Baeza
* Doña Valdetrudes
- Secundarios
*El señor Gobernador
*Alguaciles
*La Amante
*Mahudes y Zugarramurdi
2.5.- Estructura
externa de la obra (capítulos, bloques, partes)
De fijo,
lector mío, que muchas veces has oído decir: Puneña, zurrón-currichi3 aplicado a las hijas de San Carlos
de Puno, apóstrofe que, francamente, es la mayor injuria que hacerse puede a
las allí nacidas, porque equivale a llamarlas brujas, y harían muy bien en
beberlo la sangre a sorbos al malandrín que tan pícaramente las agravia.
Yo no diré
que la cosa tenga mucho fundamento; pero alguno ha de tener, estando la ciudad
a las faldas del Laycacota, que quiere decir, en castellano de
Cervantes, algo así como Guarida de brujas.
Sin embargo,
rebuscando en mis Anales de la Inquisición de Lima, librejo que escribí
y publiqué no recuerdo cuándo ni cómo, no encuentro que jamás el Santo Oficio
hubiera penitenciado una sola bruja de Puno; y eso que la lista que de ellas
consigné, con todas sus habilidades y circunstancias, es larguita y minuciosa.
Pero si la
tradición dice que en Puno hubo brujas, no es decir (y aquí me pongo en buen
predicamento con las muchachas que actualmente comen pan en Puno) que hogaño
también las haya; y si las hay, mía la cuenta si no hacen uso de otro hechizo
que el que Dios puso en sus ojos de gacela y en su boquita de coral partido.
Después de
esta introducción, me parece que puedo, sin peligro de que me arañen, referir
el cuento o sucedido.
I
Era el año
de 1672, y aunque recientemente fundada por el virrey conde de Lemos la villa
de San Carlos de Puno, conservaba restos de la opulencia que cinco años antes
esparciera por la comarca el rico mineral de Salcedo. De todos los rincones del
Perú habían afluido a las riberas del Titicaca aventureros ganosos de
enriquecerse en poco tiempo y mercaderes que realizaban en breve su comercio
con un ciento por ciento de provecho.
D. Nuño
Gómez de Baeza fue uno de esos tantos que estableció tienda en la villa,
dedicándose al rescate de lanas y venta de zurrones de nueces y cocos, que un
su socio le remitía desde Chile para que él cuidase de proveer algunas de las
poblaciones del Alto Perú.
Era D. Nuño
mozo que aún no llegaba a los treinta, gallardo como no había otro en la villa,
generoso como un nabab, de amena y fácil conversación y muy gran aficionado al
comistrajo o golosina del Paraíso. «Amor trompetero, cuantas veo tantas quiero;
que en teniendo cuello y mangas, todo trapito es camisa».
Gobernador
de la villa era D. Gracián Díez Merino, del hábito de Alcántara, caballero
moral y religioso, que se desvivía para castigar todo escándalo y que,
obedeciendo instrucciones que le comunicaran de Lima, consiguió que la
población estuviera más tranquila que claustro de cartujos. Con tal fin
promulgó bando previniendo que después del toque de queda nadie fuera osado a
asomar el bulto por la calle, bajo pena de multa y prisión. Ítem, se empeñó en
que todo títere había de vivir como la Iglesia manda; pues en su jurisdicción
no toleraba amancebamiento, barraganía ni cosa que a pecado contra la
honestidad trascendiese.
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El que enferme de amores
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sin calentura,
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que vaya a su parroquia
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que el cura, cura.
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Había en el
lugar una señora, viuda de un cabildante, jamón apetitoso todavía a pesar de
los tres quinces que peinaba, la cual gozaba fama de ser cumplidora del
precepto evangélico que manda ejercer la caridad dando de beber al sediento. El
señor gobernador la rodeó de espías, jurando que, al primer gatuperio en que la
atrapase, tenía de maridarla con su cómplice.
Por fin una
noche diole aviso un alguacil de que, después de la queda, había doña
Valdetrudes entreabierto cautelosamente la puerta de su casa y dado paso franco
a un galán en quien, no embargante el embozo, había creído reconocer a D. Nuño
Gómez de Baeza.
-De esta no
libra de que la case y bien casada, que aunque ella no es pobre, el D. Nuño
varea la plata y es mozo como unas perlas. Conviene que en todo matrimonio si
el marido lleva para el puchero, la mujer no sea tan calva que no lleve
siquiera para el chocolate.
D. Nuño tuvo un susto mayúsculo;
mientras ella, sin revelar la menor zozobra, dijo en voz baja a su amante:
Mientras
duró el diálogo húbose D. Nuño vestido a las volandas, y después de embozarse
en la capa se puso detrás de la puerta.
Al abrirse
ésta por doña Valdetrudes, avanzó su señoría con un farolillo en la mano y dio
un rudo traspiés, empujado por un bulto que se deslizaba.
D. Gracián
Díez Merino, después de practicar escrupuloso registro en la casa, que era
pequeña, tuvo que retirarse pidiendo mil perdones a doña Valdetrudes por su
importuna visita.
-Sin duda
viste entrar al gato y se te antojó persona. Mira, bribón, otro día asegúrate
mejor para que no hagas caer en renuncio a la justicia del rey nuestro señor.
II
Al siguiente
día no se hablaba en San Carlos de Puno sino de la estéril pesquisa del
gobernador y del gato negro que por un tris descalabra a su señoría.
Sea que a D.
Nuño Gómez de Baeza maldita la gracia que le hiciera el que lo hubieran
metamorfoseado en gato, o que no quisiera tracamandanas con la justicia, o lo
que es más probable, que no lo cautivaran los trashumados hechizos de la dama,
la verdad es que no volvió a ocuparse de ella, dejando sin respuesta (el muy
criado) sus amorosos billetes y desairando las citas que en ellos le proponía.
Mis lectoras
convendrán conmigo en que la descortesía del mancebo lo hacía merecedor de
castigo; pues, aunque todo sea barro, no es lo mismo la tinaja que el jarro.
Convencida,
al cabo, Valdetrudes de que el galán se negaba a volver —61→ a las andadas, resolvió emprender la
conquista valiéndose de malas artes; pues, como dice el refrán, «a caballo que
se empaca, darle estaca».
Una mañana
llamó a Pascualillo, el barbero de la villa, que era un andaluz con más agallas
que un pez, y le dijo:
-¡Pues no he
de querer! No gano tanto, señora, en un mes de rapar barbas, abrir cerquillos,
aplicar clisteres, sacar muelas y poner ventosas y cataplasmas.
-Entonces
toma a cuenta un ducado, y sin que lo sepa alma viviente, me traes mañana
domingo una guedeja de cabellos de D. Nuño Baeza.
Cerrado el
trato, volviose el barbero a su tenducho y diose a cavilar en lo que aquella
pretensión, a tan alto precio pagada, podría significar.
-¡No! Pues
yo no lo hago -se dijo el andaluz, como síntesis de sus cavilaciones.- ¡Sobre
que el mechón de pelo podría servir para que sobreviniera algún daño a ese
caballero de tanto rumbo, que me paga una columnaria por su barba, lo que no
hacen otros roñosos que andan por ahí más huecos que si llevaran al rey dentro
del cuerpo! ¡Voto va por Mahudes y Zugarramurdi, que son en España señoríos de
brujas! Pero también es cosa fuerte devolver el ducado de oro con que puedo
feriar a mi Aniceta, para la fiesta del Corpus, una caperuza de filipichín y
una falda de angaripola. ¡Eh! Ya veremos lo que se ingenia; que de aquí a
mañana más horas hay que longanizas.
Al otro día
Pascual afeitaba y aliñaba el pelo a D. Nuño, que tenía costumbre de asistir a
misa mayor hecho un gerifalte por lo pulcro y acicalado. Pero el barberillo era
mozo de conciencia; porque, pudiendo a mansalva cortar cabello y esconderlo en
el delantal, resistió vigorosamente a la tentación.
Al salir del
cuarto de D. Nuño, pasó Pascual por la tienda, y con el pretexto de coger un
puñado de cocos y otro de nueces, detúvose delante de dos zurrones de piel de
cabra, y con las tijeras que en la mano traía cortó de cada uno un poco de
pelo, envolviolo en un pedazo de papel, y muy orondo se dirigió a casa de doña
Valdetrudes, murmurando para sí:
-Todo va
bien, con tal que ella no repare en que estas hebras son rubias y que el
cabello de su merced es de un negro alicuervo.
Doña
Valeletrudes pagó el otro ducado prometido, y tanta era su complacencia por
tener prenda corporal de su ingrato amador, que añadió, por vía de alboroque,
una monedilla de plata.
Dicen bien,
que amor tiene cataratas; porque madama no paró mientes en el calor del pelo, y
echando llave y cerrojo, púsose a invocar al diablo y a preparar el hechizo.
Créanme
ustedes. Yo, que en achaques de brujería aprendí, para escribir —62→ mi susodicho librejo de Anales de la
Inquisición, hasta la manera de atar la agujeta y correr el hilo respondón,
que es cuanto hay que saber en la materia, no he podido averiguar qué clase de
menjurje o filtro confeccionó Valdetrudes; pues eso de enredar pelos en piedra
imán para hacerse amar de un hombre, es propio de brujillas de tres al cuarto y
no de catedráticas, como diz que lo fue mi señora la viuda del cabildante.
Probablemente
no tuvo a mano Valdetrudes un botecito de agua cuyana, que en ese siglo
era todavía remedio infalible para hacerse amar.
Cuando el
hechizo estuvo terminado, emperejilose doña Valdetrudes, echándose encima el
fondo del baúl, y, muy sandunguera y con mucho rejo salió a dar un paseo por la
calle de D. Nuño, segura, segurísima de que éste al verla se vendría tras ella
como el ratón tras el queso, pues la brujería no podía marrar.
Hallábase
Gómez de Baeza en la puerta de su tienda, conversando con un amigo, cuando
apareció por la esquina la jamona; y maldito si el mancebo sintió el más leve
movimiento revolucionario en las entretelas del alma. Y eso que ella, al pasar
delante de él, le disparó una de esas miradas que dicen clarito como en un
libro: «piloto quiere este barco», y se sonrió, como diría Tomé de Burguillos,
con
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aquella boca hermosa
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que dejó de ser guinda por ser rosa.
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De repente y
cuando doña Valdetrudes no habría adelantado media cuadra, un zurrón de nueces
y otro de cocos empezaron a bailar la zarabanda corriendo tras de la bruja.
Asustada ella del ruido y de la gritería de los muchachos, que no perdieron la
oportunidad de recoger cocos y nueces, emprendió la carrera en dirección a la
laguna; y mientras más apuraba ella el paso, menos se detenían los zurrones,
que con doña Valdetrudes fueron al fin a sumergirse para siempre en el
Titicaca.
2.6.- ¿A qué tiempo pertenece la obra?
Colonial
2.7.- ¿Cuál es
el espacio geográfico?
La hermosa ciudadela de Puno
2.8.-Argumento
Zurrón-currichi
De fijo,
lector mío, que muchas veces has oído decir: Puneña, zurrón-currichi3 aplicado a las hijas de San Carlos
de Puno, apóstrofe que, francamente, es la mayor injuria que hacerse puede a
las allí nacidas, porque equivale a llamarlas brujas, y harían muy bien en
beberlo la sangre a sorbos al malandrín que tan pícaramente las agravia.
Yo no diré
que la cosa tenga mucho fundamento; pero alguno ha de tener, estando la ciudad
a las faldas del Laycacota, que quiere decir, en castellano de
Cervantes, algo así como Guarida de brujas.
Sin embargo,
rebuscando en mis Anales de la Inquisición de Lima, librejo que escribí
y publiqué no recuerdo cuándo ni cómo, no encuentro que jamás el Santo Oficio
hubiera penitenciado una sola bruja de Puno; y eso que la lista que de ellas
consigné, con todas sus habilidades y circunstancias, es larguita y minuciosa.
Pero si la
tradición dice que en Puno hubo brujas, no es decir (y aquí me pongo en buen
predicamento con las muchachas que actualmente comen pan en Puno) que hogaño
también las haya; y si las hay, mía la cuenta si no hacen uso de otro hechizo
que el que Dios puso en sus ojos de gacela y en su boquita de coral partido.
Después de
esta introducción, me parece que puedo, sin peligro de que me arañen, referir
el cuento o sucedido.
¡Niñas,
niñas, lo que no fue en vuestro año no es en vuestro daño!
Era el año
de 1672, y aunque recientemente fundada por el virrey conde de Lemos la villa
de San Carlos de Puno, conservaba restos de la opulencia que cinco años antes
esparciera por la comarca el rico mineral de Salcedo. De todos los rincones del
Perú habían afluido a las riberas del Titicaca aventureros ganosos de
enriquecerse en poco tiempo y mercaderes que realizaban en breve su comercio
con un ciento por ciento de provecho.
D. Nuño
Gómez de Baeza fue uno de esos tantos que estableció tienda en la villa,
dedicándose al rescate de lanas y venta de zurrones de nueces y cocos, que un
su socio le remitía desde Chile para que él cuidase de proveer algunas de las
poblaciones del Alto Perú.
Era D. Nuño
mozo que aún no llegaba a los treinta, gallardo como no había otro en la villa,
generoso como un nabab, de amena y fácil conversación y muy gran aficionado al
comistrajo o golosina del Paraíso. «Amor trompetero, cuantas veo tantas quiero;
que en teniendo cuello y mangas, todo trapito es camisa».
Gobernador
de la villa era D. Gracián Díez Merino, del hábito de Alcántara, caballero
moral y religioso, que se desvivía para castigar todo escándalo y que,
obedeciendo instrucciones que le comunicaran de Lima, consiguió que la
población estuviera más tranquila que claustro de cartujos. Con tal fin
promulgó bando previniendo que después del toque de queda nadie fuera osado a
asomar el bulto por la calle, bajo pena de multa y prisión. Ítem, se empeñó en
que todo títere había de vivir como la Iglesia manda; pues en su jurisdicción
no toleraba amancebamiento, barraganía ni cosa que a pecado contra la
honestidad trascendiese.
|
El que enferme de amores
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sin calentura,
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que vaya a su parroquia
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que el cura, cura.
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Había en el
lugar una señora, viuda de un cabildante, jamón apetitoso todavía a pesar de
los tres quinces que peinaba, la cual gozaba fama de ser cumplidora del
precepto evangélico que manda ejercer la caridad dando de beber al sediento. El
señor gobernador la rodeó de espías, jurando que, al primer gatuperio en que la
atrapase, tenía de maridarla con su cómplice.
Por fin una
noche diole aviso un alguacil de que, después de la queda, había doña
Valdetrudes entreabierto cautelosamente la puerta de su casa y dado paso franco
a un galán en quien, no embargante el embozo, había creído reconocer a D. Nuño
Gómez de Baeza.
Su señoría
se reconcomió de gusto y se restregó las manos, diciendo:
-De esta no
libra de que la case y bien casada, que aunque ella no es pobre, el D. Nuño
varea la plata y es mozo como unas perlas. Conviene que en todo matrimonio si
el marido lleva para el puchero, la mujer no sea tan calva que no lleve
siquiera para el chocolate.
Y seguido de
alguaciles llamó enérgicamente a la puerta de doña Valdetrudes, diciendo:
-¡Por el
rey! Abran a la justicia.
D. Nuño tuvo
un susto mayúsculo; mientras ella, sin revelar la menor zozobra, dijo en voz
baja a su amante:
-(Ponte
detrás de la puerta y escapa tan luego como yo abra.) Y ¿qué busca la justicia
en mi casa?
-Abra y lo
sabrá; y que sea pronto, antes que lo roto resulte peor que lo descosido.
-Pues vuesa
merced espere que me eche encima una saya y en seguida voy a abrirle.
Mientras
duró el diálogo húbose D. Nuño vestido a las volandas, y después de embozarse
en la capa se puso detrás de la puerta.
Al abrirse
ésta por doña Valdetrudes, avanzó su señoría con un farolillo en la mano y dio
un rudo traspiés, empujado por un bulto que se deslizaba.
-¡Canario
con el gatazo!-exclamó el gobernador.- Si no me hago a un lado me descrisma sin
remedio.
Y en efecto,
vieron los alguaciles que un gato negro escapaba calle arriba a todo correr.
D. Gracián
Díez Merino, después de practicar escrupuloso registro en la casa, que era
pequeña, tuvo que retirarse pidiendo mil perdones a doña Valdetrudes por su
importuna visita.
Al llegar a
la esquina dio un tirón de orejas al alguacil que le llevara el aviso, y
díjole:
-Sin duda
viste entrar al gato y se te antojó persona. Mira, bribón, otro día asegúrate
mejor para que no hagas caer en renuncio a la justicia del rey nuestro señor.
Al siguiente
día no se hablaba en San Carlos de Puno sino de la estéril pesquisa del
gobernador y del gato negro que por un tris descalabra a su señoría.
Sea que a D.
Nuño Gómez de Baeza maldita la gracia que le hiciera el que lo hubieran
metamorfoseado en gato, o que no quisiera tracamandanas con la justicia, o lo
que es más probable, que no lo cautivaran los trashumados hechizos de la dama,
la verdad es que no volvió a ocuparse de ella, dejando sin respuesta (el muy
criado) sus amorosos billetes y desairando las citas que en ellos le proponía.
Mis lectoras
convendrán conmigo en que la descortesía del mancebo lo hacía merecedor de
castigo; pues, aunque todo sea barro, no es lo mismo la tinaja que el jarro.
Convencida,
al cabo, Valdetrudes de que el galán se negaba a volver —61→ a las andadas, resolvió emprender la
conquista valiéndose de malas artes; pues, como dice el refrán, «a caballo que
se empaca, darle estaca».
Una mañana
llamó a Pascualillo, el barbero de la villa, que era un andaluz con más agallas
que un pez, y le dijo:
-¿Quisieras
ganarte un par de ducados de oro?
-¡Pues no he
de querer! No gano tanto, señora, en un mes de rapar barbas, abrir cerquillos,
aplicar clisteres, sacar muelas y poner ventosas y cataplasmas.
-Entonces
toma a cuenta un ducado, y sin que lo sepa alma viviente, me traes mañana
domingo una guedeja de cabellos de D. Nuño Baeza.
Cerrado el
trato, volviose el barbero a su tenducho y diose a cavilar en lo que aquella
pretensión, a tan alto precio pagada, podría significar.
-¡No! Pues
yo no lo hago -se dijo el andaluz, como síntesis de sus cavilaciones.- ¡Sobre
que el mechón de pelo podría servir para que sobreviniera algún daño a ese
caballero de tanto rumbo, que me paga una columnaria por su barba, lo que no
hacen otros roñosos que andan por ahí más huecos que si llevaran al rey dentro
del cuerpo! ¡Voto va por Mahudes y Zugarramurdi, que son en España señoríos de
brujas! Pero también es cosa fuerte devolver el ducado de oro con que puedo
feriar a mi Aniceta, para la fiesta del Corpus, una caperuza de filipichín y
una falda de angaripola. ¡Eh! Ya veremos lo que se ingenia; que de aquí a
mañana más horas hay que longanizas.
Al otro día
Pascual afeitaba y aliñaba el pelo a D. Nuño, que tenía costumbre de asistir a
misa mayor hecho un gerifalte por lo pulcro y acicalado. Pero el barberillo era
mozo de conciencia; porque, pudiendo a mansalva cortar cabello y esconderlo en
el delantal, resistió vigorosamente a la tentación.
Al salir del
cuarto de D. Nuño, pasó Pascual por la tienda, y con el pretexto de coger un
puñado de cocos y otro de nueces, detúvose delante de dos zurrones de piel de
cabra, y con las tijeras que en la mano traía cortó de cada uno un poco de
pelo, envolviolo en un pedazo de papel, y muy orondo se dirigió a casa de doña
Valdetrudes, murmurando para sí:
-Todo va
bien, con tal que ella no repare en que estas hebras son rubias y que el
cabello de su merced es de un negro alicuervo.
Doña
Valeletrudes pagó el otro ducado prometido, y tanta era su complacencia por
tener prenda corporal de su ingrato amador, que añadió, por vía de alboroque,
una monedilla de plata.
Dicen bien,
que amor tiene cataratas; porque madama no paró mientes en el calor del pelo, y
echando llave y cerrojo, púsose a invocar al diablo y a preparar el hechizo.
Créanme
ustedes. Yo, que en achaques de brujería aprendí, para escribir —62→ mi susodicho librejo de Anales de la
Inquisición, hasta la manera de atar la agujeta y correr el hilo respondón,
que es cuanto hay que saber en la materia, no he podido averiguar qué clase de
menjurje o filtro confeccionó Valdetrudes; pues eso de enredar pelos en piedra
imán para hacerse amar de un hombre, es propio de brujillas de tres al cuarto y
no de catedráticas, como diz que lo fue mi señora la viuda del cabildante.
Probablemente
no tuvo a mano Valdetrudes un botecito de agua cuyana, que en ese siglo
era todavía remedio infalible para hacerse amar.
Cuando el
hechizo estuvo terminado, emperejilose doña Valdetrudes, echándose encima el
fondo del baúl, y, muy sandunguera y con mucho rejo salió a dar un paseo por la
calle de D. Nuño, segura, segurísima de que éste al verla se vendría tras ella
como el ratón tras el queso, pues la brujería no podía marrar.
Hallábase
Gómez de Baeza en la puerta de su tienda, conversando con un amigo, cuando
apareció por la esquina la jamona; y maldito si el mancebo sintió el más leve
movimiento revolucionario en las entretelas del alma. Y eso que ella, al pasar
delante de él, le disparó una de esas miradas que dicen clarito como en un
libro: «piloto quiere este barco», y se sonrió, como diría Tomé de Burguillos,
con
|
aquella boca hermosa
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que dejó de ser guinda por ser rosa.
|
De repente y
cuando doña Valdetrudes no habría adelantado media cuadra, un zurrón de nueces
y otro de cocos empezaron a bailar la zarabanda corriendo tras de la bruja.
Asustada ella del ruido y de la gritería de los muchachos, que no perdieron la
oportunidad de recoger cocos y nueces, emprendió la carrera en dirección a la
laguna; y mientras más apuraba ella el paso, menos se detenían los zurrones,
que con doña Valdetrudes fueron al fin a sumergirse para siempre en el
Titicaca.
Desde
entonces (y ya hace fecha) nació el apóstrofe Puñeza, zurrón-currichi.
2.9.- ¿Cuál es el punto de
vista del narrador? (primera, segunda, tercera persona)
Primera y tercera persona
2.10.- ¿Qué
valores se identifican en la obra?
-Positivos
Justicia
Tolerancia
Honestidad
-Negativos
Codicia
Engaño
2.11.-
Vocabulario (Citar 10 palabras nuevas y explicar el significado)
*Comistrajo:
Mezcla
extravagante de alimentos.
*Claustro: Ceda o galería principal de un convento
*Gatuperio:
Embrollo o
intriga.
*Zozobra:
Sentimiento de
tristeza, angustia o inquietud de quien teme algo.
*Farolillo:
Farol de papel,
celofán o plástico de colores que se cuelga como adorno en fiestas y verbenas.
*Alguacil: Oficial subalterno que ejecuta mandatos de un
tribunal
*Aliñada: Limpio, Aseados
*Vigoroso: Que tiene energía y muestra resolución y
seguridad
*Mancebo: Joven, Muchacho, Aprendiz
3.- MENSAJE:
El mensaje que nos da la presente lectura de Ricardo
Palma es que no debemos ser codiciosos, ambiciosos y no engañar a las personas
4.- APRECIACION
CRITICO-VALORATIVA
Opino
que para que la gente joven la vea atractiva esta lectura debe estar escrita
con palabras conocidas y de acuerdo al contesto del joven estudiante porque hay
párrafos que tiene palabras como: COMISTRAJO, y otros como CLAUSTRO que hace un
poco difícil la comprensión de la lectura.
5.- ANEXOS

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